-¿Crees tú que ellos noten mi presencia? ¿Crees que se fijen en mi trastocado rostro?
En su interior sentía la respuesta, la negativa rotunda que su corazón le imponía a la interrogante formulada. Veía a hombres pasear, llevando del brazo a sus amadas. Pasaban niños de las manos de sus padres, riendo e irradiando confianza y seguridad. Aparecía un joven corriendo, llevado por la música de su reproductor.
-¿Cómo es que el mundo no se ha detenido? ¿Cómo es que nosotros estamos aquí, débiles e indefensos en una banca, mientras la vida de la gente continúa en su raudo camino, sin alteración alguna, sin sufrir el menor traspié?
Si bien desearía escuchar respuesta, sabe que su interlocutor no le dirá ni una palabra. Sufre su distanciamiento, y disfruta recordar los buenos tiempos, pero de nada le sirve cuando lo que quiere, cuando lo que profundamente desea es llevar una conversación, dos partes participes en un dialogo eterno y profundo, completo.
En eso ve pasar, padre e hijo de la mano, riendo y disfrutando de su mutua compañía. Ambos felices. Ambos contentos. La rabia y la envidia le poseyeron, sacándose el sombrero, tirándolo al suelo, gritando al cielo un gutural ¡Porqué!, rompe a llorar desconsoladamente, susurrando aún el eco de su enojo. Siente entonces lo que pensó nunca más sentir. El cariñoso toque de quién debía de partir, su mano apoyada en él, entregándole la paz que tanto necesitaba, tomando y alejando su tristeza, reemplazándole por fuerza, por gallardía. Sabe que solo eso recibirá, sabe que nada más le es permitido hacer, y que todo tiene su final.
Cansado, pero más tranquilo, el hombre levanta la cabeza, se seca las lagrimas, y recogiendo del suelo su sombrero, se dispone a partir de allí, sin que nadie note su presencia, sin que se aprecie su sufrimiento, sin que alguien se percate, de aquel hombre triste y melancólico, que solo le hace falta, la mano ayuda y el apoyo continuo, de aquel que ya no está, aquel con quién sentado en la banca hablaba, aquel que alejándose le lleva, bajo el brazo, en su urna, en su temporal lugar, alterándose los roles, de hijo y de papá.